4. Entrar en uno mismo

Interior (El Bañuelo, Granada)
Interior (El Bañuelo, Granada) © Antonio Juárez, 2002

Aunque en el proceso de aprendizaje hemos de ir necesariamente incorporando referencias y experiencias que nacen del medio cultural en el que uno se va formando, es siempre importante no perder de vista que cada uno ha de ir adquiriendo criterios propios y que, frente al marasmo de juicios externos y opiniones de los demás, cada uno ha de encontrar en sí mismo su auténtico manantial interior.

Rilke nos da un criterio importante en su primera Carta a un joven poeta:

Pregunta usted si sus versos son buenos. Me pregunta a mí. Antes ha preguntado a otros. Los manda a revistas. Los compara con otros poemas, y se inquieta cuando ciertas redacciones descartan sus intentos. Ahora (puesto que usted me ha permitido aconsejarle) yo le ruego que renuncie a todo eso. Usted mira hacia fuera, y eso es, ante todo, lo que no debería hacer ahora. Nadie le puede aconsejar ni ayudar, nadie. Existe sólo un único medio; entre dentro de sí. Investigue la causa que le impulsa a escribir; compruebe si extiende sus raíces por las mayores profundidades de su corazón; confiésese a sí mismo si tendría que morirse si se le prohibiera escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la hora más serena de su noche: ¿debo escribir? Ahonde en sí mismo, hacia una respuesta profunda. Y si resultara afirmativa, si pudiera usted afrontar esta seria pregunta con un sólido y sencillo debo, entonces construya su vida de acuerdo con esa necesidad; su vida deberá ser, hasta en su hora más indiferente y menuda, un signo y un testimonio de este impulso. Entonces, acérquese a la naturaleza. Entonces intente decir, como un primer hombre, lo que mira y vivencia y ama y pierde. No escriba poemas de amor; ante todo aparte las formas demasiado corrientes y habituales: son las más difíciles, porque es precisa una gran energía, bien madurada, para dar algo propio donde se presentan, en cantidad, tradiciones buenas y, en parte, brillantes. Por eso, libérese de los temas corrientes y vaya a los que le ofrece su propia vida cotidiana; describa sus tristezas y deseos, los pensamientos pasajeros y la fe en alguna belleza; describa todo ello con sinceridad íntima, callada y humilde y utilice, para expresarse, las cosas de su entorno, las imágenes de sus ensueños y los objetos de su recuerdo. Si su vida diaria le parece pobre, no se queje de ella; quéjese de sí mismo, dígase que no es lo bastante poeta como para suscitar riquezas; porque para los creadores no existe pobreza ni lugar pobre, indiferente. Y aunque estuviera en una prisión cuyas paredes no dejaran llegar a sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría aún su infancia, esa riqueza exquisita, regia, ese tesoro de los recuerdos? Vuelva usted a ella su atención. Pruebe a hacer aflorar las sumergidas sensaciones de ese lejano pasado; su personalidad se robustecerá, su soledad se ensanchará y convertirá en una morada en penumbra, ante la cual pase, alejado, el ruido de los demás. Y si de esta vuelta hacia dentro, de esta inmersión en el mundo propio salen versos, no pensará en preguntar a nadie si son buenos versos.

Tampoco hará intentos de que las revistas se interesen por estos trabajos: pues verá en ellos su querida propiedad natural, un trozo y una voz de su vida. Una obra de arte es buena cuando ha surgido de la necesidad. En esta forma de originarse está su enjuiciamiento: no hay ningún otro. Por eso, muy estimado señor, no he sabido darle otro consejo que éste: entrar en sí mismo y explorar las profundidades de las que brota su vida; en su manantial encontrará la respuesta a la pregunta de si debe crear. Tómela como suene, sin pensarlo más. Quizá resulte que usted está llamado a ser artista. Entonces tome sobre sí su suerte y sopórtela, con su peso y su grandeza, sin preguntar nunca por la recompensa que podría llegar de fuera. Pues el creador tiene que ser un mundo para sí, y encontrar todo en sí mismo y en la naturaleza, a la que se ha incorporado.

Sin embargo, después de ese descenso en sí mismo y en su soledad, quizá deba renunciar a llegar a ser poeta (basta sentir, como he dicho, que se podría vivir sin escribir, para no deber hacerlo en absoluto). Aún así, ese ensimismamiento que le recomiendo no habrá sido en vano. Su vida encontrará, en todo caso, sus propios caminos a partir de ahí, y le deseo que sean buenos, ricos y amplios, más de lo que puedo expresar.

¿Qué más le voy a decir? Me parece haber acentuado todo como es debido; y al fin y al cabo, sólo quería aconsejarle que vaya creciendo, tranquilo y serio, a lo largo de su evolución; no podría perturbarla con más fuerza que mirando hacia fuera y esperando de fuera una respuesta a preguntas a las que sólo puede contestar, quizá, su más íntimo sentir en las horas de mayor recogimiento.(1)

(1) Rainer María Rilke, Cartas a un joven poeta, recogidas en Teoría poética, Ediciones Júcar, Madrid, 1987, págs. 25 y ss.

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