5. Proyectar los vacíos

Roca volcánica [Lanzarote]
Roca volcánica [Lanzarote] © Antonio Juárez, 2012

La condición porosa de los cuerpos ha asombrado a científicos y poetas, a filósofos y artistas, a lo largo de la historia. Podemos verlo tanto en el siglo VI a.C. (1) como en las búsquedas de Jorge Oteiza, que señalaba el vacío en la ecuación molecular del ser estético, y en la arquitectura, pues en él radica la posibilidad de ser útil tanto de vasijas como de edificios.

El misterio del vacío, entrelazado con la materia, que permite hacer hueco para  las cosas y las personas, resuena en campos diversos desde la física a la ingeniería, y ya en el siglo I a.C., en el primer intento sistemático de mirada científica sobre la realidad, resplandece en la escritura, cuidada y medida, de Lucrecio:

“Te volveré a traer a la memoria
lo porosos que son todos los cuerpos;
un principio que ya te he demostrado
en el Canto primero del poema,
que nos da a conocer muchas verdades;
mas sobre todo explica de tal suerte
el fenómeno extraño que pretendo
declararte ahora mismo, que no puedo
prescindir de probarte nuevamente
que de todos los cuerpos conocidos
no existe uno siquiera que no tenga
su tejido mezclado con vacío.

Las bóvedas chorrean en las grutas
un humor que destila gota a gota;
mana el sudor por todo nuestro cuerpo:
crece la barba y pelos en los miembros:
repartido el sustento por las venas,
sostiene y acrecienta los extremos
de nuestro cuerpo, y aun las mismas uñas:
también sentimos que el calor y frío
penetran por el cobre, y por la plata
y por el oro su impresión sentimos
cuando tenemos una copa llena:
por último, atraviesan los sonidos
el espesor de la pared, y se entran
por ellas el olor, calor y frío;
traspasan aun de hierro la coraza
que ciñe todo el cuerpo del guerrero:
vienen de fuera las enfermedades
casi por lo común: y los contagios,
que nacen de la tierra, o en el aire,
así como se forman se disipan en un instante,
porque no hay un cuerpo que
no encierre vacío en su tejido.

Añádase que las emanaciones
de los cuerpos no tienen todas ellas
unas mismas sensibles cualidades
ni igual analogía con los cuerpos
sobre los cuales obran; ante todo,
el sol cuece la tierra y la deseca,
mientras derrite el hielo y con sus rayos
hace que corran de los altos montes
nieves amontonadas, y líquida
con su mismo calor, en fin, la cera:
también disuelve el fuego cobre y oro,
mientras contrae y encoge carnes y cueros:
a la verdad, el hierro caldeado
adquiere un nuevo grado de dureza
cuando le echan en agua; y al contrario,
endureciendo el fuego carne y cuero,
el agua los ablanda; el acebuche,
cuyo amargor es insufrible al hombre,
es para las cabrillas más sabroso
que el néctar y ambrosía.

[…]

Aún me falta sentar otro principio
antes que empiece a hablar de lo que he expuesto,
y es que, teniendo muchos intersticios
todos los cuerpos, no deben aquéllos
ser entre sí del todo semejantes;
antes debe tener cada uno de ellos
Naturaleza y usos peculiares:
porque los animales ciertamente
tienen varios sentidos, y cada uno
tiene su objeto propio: los sonidos
por sus propios conductos se insinúan;
los sabores y olores van por otros
que tienen ciertamente analogía
con su naturaleza y su tejido:
además, hay también emanaciones
que penetran las piedras, y otras pasan
por la madera, y otras por el oro,
y algunas por la plata y por el vidrio,
porque los simulacros se introducen
por los poros del vidrio, y se insinúa
el calor en los poros de oro y plata:
y hay corpúsculos que entran más ligeros,
y otros más tardos, por el mismo cuerpo.
Arriba dije que estas diferencias
son una consecuencia necesaria
de la infinita variedad que ha puesto
y ha establecido la Naturaleza
entre los intersticios de los cuerpos.
Con tanta solidez establecidas
todas estas verdades proemiales,

o es fácil explicar lo que buscamos,
de suyo descubriéndose la causa
de la atracción del hierro:

desde luego es preciso
que emanen de continuo

de la misma sustancia de la piedra
infinitos corpúsculos, o sea,
un activo vapor que con sus golpes
dé raridad a aquel aire que media
entre el imán y el hierro:
cuando encuentran este espacio intermedio ya vacío
se dirigen a él en el momento
los principios del hierro muy unidos;
por lo que todo el cuerpo del anillo
sigue la misma dirección: no hay cuerpo que
tenga los principios más trabados que los del hierro,
este metal tan firme que casi es al calor inaccesible. 
No es maravilla, como dije antes,
que la tendencia de sus elementos
en número copioso hacia el vacío
arrastren tras de sí todo el anillo:
así es en realidad, y siempre avanza
hasta que toca con la misma piedra
y se une con compases invisibles:
obra el imán en todas direcciones:
el vacío se forma en todas partes,
los anillos vecinos al momento
conducidos de choques exteriores,
de esta manera unidos en el aire:
otra causa hay también que favorece
a aquesta dirección, y que acelera
el movimiento: y es que, apenas
el aire se enrarece, y el vacío
por la parte de encima del anillo
llega a formarse, en el momento el aire inferior,
sacudiendo en el anillo,
le impele por detrás en cierto modo,
porque todos los cuerpos son batidos
sin cesar por el aire que los cerca;
pero en esta ocasión hacen los golpes
avanzar el anillo, porque arriba
hay un vacío para recibirle:
cuando el aire que digo se ha esparcido
en los poros del hierro y se ha insinuado
hasta sus más sutiles elementos,
los impele y los hace que adelanten
como el viento las velas y la nave.

Deben, en fin, tener todos los cuerpos
el aire en su tejido, porque todos
son porosos, y el aire de continuo
los rodea y los toca; pues metido
este fluido sutil dentro del hierro,
se agita con continuo movimiento,
y por esto sacude en el anillo
y por dentro sin duda le menea,
y ya con él se inclina hacia el vacío
al cual todas sus fuerzas encamina.
Sin embargo, el fenómeno que explico
no es tan extraño en la naturaleza
que no pueda citar otras uniones
tan íntimas como éstas: ves trabarse
por medio sólo de la cal las piedras,
y la cola de toro une las tablas
tan fuertemente, que antes faltarían
las vetas y las partes esenciales
de la madera que esta unión faltase:
gusta el vino mezclarse con el agua;
la pez no puede hacerlo con su peso,
se identifica tanto con la lana
la púrpura, que no puede quitarse
de modo alguno su color, aun cuando
se intente renovarle a fuerza de agua,
aun cuando todo el mar quiera lavarle
y con todas sus aguas desteñirle:
el oro se incorpora con la plata
con la ayuda del fuego, últimamente,
y une el estaño cobres diferentes:
¿y cuántas otras mezclas encontrara
tan íntimas como ésta si quisiera?
¿Pues, cómo no? porque no necesitas
de tantas menudencias, y no es justo
que emplee en esto yo un trabajo inútil:
réstanos abrazar en un principio
muchos hechos a un tiempo: si dos cuerpos
se encuentran con tejidos tan opuestos
que a los huecos del uno correspondan
eminencias del otro, su juntura
es muy perfecta: así pueden juntarse
con especies de anillos y de anzuelos,
como sucede en el imán y el hierro.” (2)

(1) “Treinta radios convergen en el centro / de una rueda, / pero es su vacío / lo que hace útil al carro. / Se moldea la arcilla para hacer la vasija, / pero de su vacío / depende el uso de la vasija. / Se abren puertas y ventanas / en los muros de una casa, / y es el vacío / lo que permite habitarla. / En el ser centramos nuestro interés, / pero del no-ser depende la utilidad.” Lao Tse, Tao Te King, XI (S. VI a.C.)

(2) Lucrecio, publicado bajo el epígrafe “[EL IMÁN. DESCRIPCIÓN Y TEORÍA DEL FENÓMENO] en De la naturaleza de las cosas, (De rerum natura), Ediciones Cátedra, Madrid 2004, págs. 397 y ss.

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