35. Artefacto equilibrado

Estación 40290P
Estación 40290P © Antonio Juárez, 2017

Desde una singular alianza entre visión científica y humanística y con una visión integradora –unitaria, comprehensiva e integral del entorno– Richard Buckminster Fuller fue crecientemente consciente de la necesidad de un pensamiento global sobre la técnica, el progreso y el medio físico.

Su particular visión de la arquitectura iba más allá de meras disquisiciones lingüísticas o estilísticas: su preocupación se acercaba a un verdadero entendimiento del equilibrio (mecánico, energético y ambiental) del que participaban las estructuras de la naturaleza y al que debía tender la arquitectura, inmersa en un sistema como el universo, en acción dinámica constante.

En 1938, anticipando una mirada que hoy sentimos como necesaria, Fuller expresaba su mirada integral sobre el medio y su fe en la capacidad del ser humano para inventar las condiciones de su propio progreso. Una visión del verdadero sentido del diálogo que el hombre establece con la Tierra a través de la arquitectura y una expresión no exenta de sentido del humor del asombroso abismo en que consiste el ser humano y el medio en el que habita.

Misteriosamente autoconsciente, en delicada comunicación sensible con los otros y con el mundo, referente de la arquitectura por nuestro potencial de proyección sobre nosotros mismos de todo lo que nos rodea, describe con poderosa precisión a ese “capitán etéreo”, estructura física a la vez que centro de energía intangible que participa de equilibrios delicados y que posee una insólita capacidad de resolver problemas y afrontar nuevos retos:

-¿Qué es eso, mamá?
-Eso es un hombre, mi amor.
-¿Qué es un hombre?

¿Un hombre?

Un bípedo autoequilibrado con veintiocho articulaciones y adaptado a su base; una fábrica de reducción electroquímica, con depósitos aislados de extractos especiales de energía en pilas de almacenamiento que sirven después para activar miles de bombas hidráulicas y neumáticas con motores adosados; millones de sistemas de aviso, ferrocarril y transporte; sesenta y dos mil millas de capilares; trituradoras y grúas (de las cuales los brazos son un ejemplo magnífico, con veintitrés articulaciones y sistemas automáticos de revestimiento y lubricación), más un sistema telefónico universalmente distribuido que si está bien gestionado no necesita reparaciones en setenta años; el mecanismo entero, extraordinariamente complejo, guiado con precisión exquisita desde una torreta donde se encuentran telémetros telescópicos y microscópicos de registro y grabación automáticos, un espectroscopio, etc., con la torreta de control muy ligada a un sistema de entrada y salida de aire acondicionado, y una entrada principal del combustible.

Dentro de las pocas pulgadas cúbicas que alojan los mecanismos de la torreta, caben también dos diafragmas que detectan y graban el contenido y la dirección de las ondas sonoras; un sistema de archivo y búsqueda inmediata, y un laboratorio analítico diseñado magistralmente, con espacio de archivo para no solamente dejar constancia minuciosa de cada acontecimiento ocurrido en un continuo de setenta años o más de experiencia, sino además para extender esa experiencia con bastante precisión hasta los últimos rincones del universo de muestra, a través de computación y maquinación abstractas. Incluye también un departamento de predicción táctica para reducir las posibilidades y probabilidades a elecciones concretas generalmente exitosas.

Finalmente, la estructura entera no sólo es móvil directamente y simplemente en tierra y en agua, sino además, indirectamente y con una precisión exquisita de complejidad, es móvil en el aire, e incluso en el mundo intangible concebido con medios matemáticos y eléctricos a través de extensiones del mecanismo integral primario a composiciones mecánicas secundarias de su propio ingenio, que operan a través de un acoplamiento mecánico directo con el aparato, o a través de un control indirecto empleando impulsos eléctricos alámbricos o inalámbricos. […]

Este capitán etéreo […] posee una infinita simpatía hacia todos los capitanes de mecanismos parecidos al suyo.

¿En qué consiste este ENTENDIMIENTO? Consiste en una conciencia intuitiva, no-esquematizable de la perfección, o de la unidad, o de la eternidad, o de la infinidad, o de la verdad. Esta conciencia de la perfección sirve como metro universal para comparar cualquier experiencia sensorial, y permite las SELECCIONES CONSCIENTES. […]

A través del proceso de selección consciente relativo a la sensación de perfección, se ha desarrollado la segregación de fenómenos tales como los sonidos, seguida por la recomposición selectiva de los sonidos segregados en continuidades sonoras específicas, o “palabras” (símbolos sonoros) formadoras del entendimiento básico en los demás, apropiado al momento. […]

Este código de comunicación infinito, basado en procesos y continuidades y no en identidades estáticas, permite al capitán etéreo emitir mensajes canalizados por los complicados sistemas visuales, aurales, orales, táctiles y olfatorios de su mecanismo, a los capitanes de otras máquinas, quienes los reciben mediante sus sistemas mecánicos complementarios de recepción. El éxito de la transmisión depende del grado relativo de comprensión comunicada, esto es, si el capitán receptor es capaz de poner el comunicado en el contexto del momento, en oposición a dar a las palabras su significado inmutable.

Curiosamente, tan impresionado está cada capitán por estar al comando de un mecanismo tan complejo y tan exquisitamente afinado al funcionamiento que se deja conducir fácilmente por la guía inconsciente de sus procesos e instrumentos, y el capitán se siente maravillosamente integrado en él. Sólo cuando alguna parte está dañada sobreviene la conciencia de una presencia aparentemente separada de las partes; por ejemplo, si la lengua ha sido mordida o quemada, sus movimientos reflejan dolor, cuando normalmente ondula alegremente, despreocupada e inobservada.

[…]

Casi nada desconcierta al capitán etéreo o lo mueve de su preocupación u obsesión posesiva: ni la necesidad intermitente del reemplazo de “sus” partes, ni la disección de componentes de su mecanismo, ni la inserción -a manos de otros mecanismos comandados por capitanes etéreos de repuestos tales como rellenos de oro insertados en “sus” trituradoras de combustible crudo, lentes adicionales o filtros de color para sus telémetros; ni la inserción de la manguera de una bolsa de enemas en su canal embozado. El relleno o la bolsa de enemas está, por lo menos temporalmente, tan conectada al ser como una uña, un diente, un pelo o un globo ocular.

Esta arrogación continua de “sus” mecanismos está íntimamente ligada con la presunción habitual del capitán de que todos los objetos se “ven” en posiciones que están por fuera del mecanismo del capitán etéreo, mientras que en la realidad el capitán los “ve” dentro de su torreta a través de sus telémetros peritelescópicos. Una frecuente comprobación de la fiabilidad parece justificar el hábito del capitán de pensar “LO VEO ALLÁ”, como lo ilustran las frecuentes mediciones de alta precisión del rango y la dirección “deducidos”, de la localización externa de un objeto, con la habilidad de mover un brazo de grúa hacia una localización asumida de manera que se logre un contacto con el objeto descubierto; la exactitud de estas deducciones es adicionalmente comprobada por la recepción, en la torreta, de informes telefónicos afirmativos de varias de las miríadas de alarmas de contacto en el brazo de la grúa.

La noción habitual que tiene el capitán etéreo de que no sólo él es parte de “sus” mecanismos, sino que el mecanismo es él mismo, no termina allí. Confunde con frecuencia las características de superficie de otros mecanismos “observados” parecidos a los que él controla, con las identidades de los capitanes etéreos que los controlan. Olvidando el verdadero carácter etéreo, infinito de los otros capitanes, “lógicamente” desarrolla dos ilusiones adicionales: una es que el mecanismo dirigido por el otro capitán es todo lo que hay de ese otro capitán etéreo; la otra es que la superficie es todo lo que hay de ese mecanismo. Es decir, él imagina que la superficie tangible de la “otra” “persona” es el capitán etéreo de esa persona; y que esa superficie, sin más, es “la realidad”. (Es ésta la “realidad” de la personalidad “práctica” o dominada por el materialismo.) Y por lo tanto, adopta la costumbre de interpretar las características del comportamiento del mecanismo entero de otro capitán por pistas exclusivamente superficiales; y de esa costumbre’ ha desarrollado un lenguaje que opera en términos de reflejos de superficie.

[…]

Una racionalización iluminadora indica que los capitanes siendo etéreos, abstractos, infinitos, y ligados a los demás capitanes por un lazo de entendimiento, como demuestra la capacidad que tienen de reconocer mutuamente sus señales y sus significados con referencia a una dirección común (hacia la “perfección”), no solamente están relacionados entre sí, sino que son todos un único capitán. Matemáticamente, como existen características de unidad, no pueden ser no-idénticos.

El oficial ejecutivo del capitán etéreo, denominado “cerebro”, es un aparato mecánico similar a la parte metálica (mike) del giróscopo Sperry, cuya obsesión direccional giroscópica, aunque es útil mientras el capitán está ausente del puente, tiene la tendencia, si se deja sin vigilancia, a mantener el mismo rumbo sin alteración.

Cuando la complejidad de la parte metálica usada actualmente en aviones y barcos en la navegación no-asistida es comparado con la del mike o cerebro del mecanismo dirigido por el capitán-etéreo, es como si se contrastara un reloj Ingersoll y un portaaviones, en términos de número de partes y precisión de operación, excepto que el mike humano es tan pequeño como son los nuevos tubos de radio de siete elementos forrados de vidrio en relación con sus antecesores, los burdos y aparatosos tubos de tres elementos.

El mike del barco humano puede ser programado por el capitán etéreo para que detecte hasta la más mínima falta de equilibrio, no sólo en cada una de las relaciones extemas del navío, sino en todos los mecanismos de sincronismo de su interior. Manipula tantas programaciones la mayoría de las veces que parece VIVO, y su comportamiento es tan satisfactorio para el capitán que éste lo deja en “piloto automático” la mayor parte del tiempo. Esta posibilidad de operar con piloto automático induce al capitán etéreo a considerar en otros capitanes etéreos también estas partes están casi vivas; esto es, más que animados externamente, están dotadas de un alma.

[…]

Las extensiones ilusorias artificiales producidas por la inercia del mike giroscópico muestran una amplia gama en varias razas ubicadas en diversos lugares. Por ejemplo, cuando el doctor Jung, notable estudioso de la psicología, hizo una larga visita a África para realizar estudios básicos en psicología, descubrió que el pueblo primitivo de allá mostraba una extensión ilusoria fascinante, aparentemente basada en hechos recordados. Lo que se había considerado como fabricaciones puramente fantasmales o diabólicas, heredadas a través de la mitología tradicional, resultaron ser nada menos que conceptos nítidos de memoria. Cuando un líder, un padre o una madre moría, la gente preservaba en su memoria unas imágenes del difunto/a tan claras, tan inmediatas que podrían objetivarlo con suficiente presencia como si estuviera físicamente entre ellos. En resumidas cuentas, ellos simplemente invirtieron la hipótesis particular que sostiene nuestra civilización según la cual VEMOS objetos en un punto EXTERIOR a nuestro mecanismo-ser, aunque en realidad la visión no se produce ni siquiera dentro del ojo, sino en el cerebro, o en la terminación receptora del sistema nervioso que registra los reflejos externos de la luz.

Otro hallazgo de Jung fue que los primitivos africanos, como otros muchos en todo el mundo, tienen un problema cósmico tan sencillo que sólo tienen dos categorías de números, esto es, uno o muchos. Fantásticas leyendas han evolucionado debido a que VEN a uno o a muchos. Ellos reconocen que a un extraño, un enemigo, se le puede vencer en el combate físico con relativa facilidad, mientras que dos o más podrían ser arrolladores. Entonces, dos, tres o más forasteros pueden ser vistos como hordas; un aviso del instinto del miedo avisa al observador del riesgo de ser vencido. Combinar este ver de uno o muchos con la extensión de una forma guardada en la memoria de un padre o líder del difunto/a provoca la falsa percepción de una cercanía de multitudes de padres, líderes, demonios, etcétera.

En ciertas culturas antiguas persisten también vestigios de la limitación sensorial a los números sencillos. En la lengua china, por ejemplo, un carruaje es un carruaje; muchos carruajes son “ruido”. El símbolo chino para árbol es un árbol; “dos árboles” equivalen a “soto”, y “tres árboles” constituye un “bosque”: uno, pocos, muchos.

Jung tuvo la extraña experiencia de notar que, durante el período en que se dedicaba a intentar entender las ilusiones primitivas, su propia ilusión, la de la civilización moderna, se desintegró hasta tal punto que él también empezó a “ver” parcialmente en los términos de la ilusión primitiva y parcialmente en los términos de su propia ilusión anterior. Como consecuencia, llegó a la conclusión de que se estaba volviendo loco, dado que no podía confiar en ninguna de las ilusiones.

[…]

En los Estados Unidos los automóviles tipo turismo llegan a aproximadamente uno por familia, y el padre de familia es quien normalmente lo conduce. Son tan aceleradas las características espacio-tiempo del automóvil comparadas con la capacidad de cubrir espacio-tiempo del hombre a pie que cada reflejo característico del capitán etéreo del conductor se amplifica de acuerdo con el diferencial espacio-tiempo entre la capacidad de maniobra táctica correspondiente al coche y al conductor a pie. Personas no consideradas especialmente nerviosas o físicamente desequilibradas observadas en el acto de caminar o hablar, pueden ser vistas precisamente como decididamente nerviosas y desequilibradas cuando están al volante de un automóvil. La ética y los modales de los conductores revelan su carácter global de manera más aparente que sus modales y porte elegante caminando.

Teniendo presente el significado de esta observación, uno puede comprender de repente, mientras conduce por una vía pública altamente congestionada, que los coches son extensiones de sus conductores, de igual modo que sus sombreros, abrigos, zapatos y caras; es la progresión de las cajas dentro de las cajas de los juegos de la infancia. Si aceptamos esta racionalización en la que la identidad de un hombre se extiende y llega a incluir su automóvil, podemos aseverar que el joven trabajador medio norteamericano pesa actualmente más que una tonelada, dado que el automóvil medio pesa unos 5.000 kilos. Esta racionalización también conduce a la conclusión de que el norteamericano compuesto extensible a sus mecanismos colectivos (el avión, el tren, la Normandie, el pantano hidroeléctrico de Boulder) supera millones de veces en tamaño a cualquier organismo viviente en toda la historia. Posiblemente Lewis Carroll plasmaba la poesía de este concepto en Alicia en el País de las Maravillas. (1)

(1) FULLER, Richard Buckminster, “El capitán etéreo” [fragmento] (1938).