3. Saber mirar

Muro
Muro © Antonio Juárez, 2001

La mirada del arquitecto es fruto de un constante adiestramiento, de una persistente tarea de observación del mundo, de un preguntarse sobre la razón de ser de las cosas, pero, al mismo tiempo, supone, en cierta medida, un cuestionarse otra manera de ser, de aparecer, de imaginar.

Saber mirar no es algo dado, sino que se aprende, supone una conquista. En cierto sentido, la gran aportación de un creador es su mirada.

Tapies invitaba en cierta ocasión a establecer este juego de la mirada, con el mundo y con las cosas a sus amigos de Cavall Fort:

¿Cómo hacer para mirar limpiamente, sin querer encontrar en las cosas lo que nos han dicho que debe haber, sino simplemente lo que hay?

He aquí un juego inocente al que os propongo que juguemos.

Cuando miramos, normalmente solo vemos lo que se nos da a nuestro alrededor: cuatro cosas —a veces muy pobres— vistas sólo por encima en medio del infinito.

Mirad el más sencillo de los objetos. Tomemos por ejemplo, una vieja silla. Parece que no es nada. Pero pensad en todo el universo que incluye: las manos y los sudores cortando la madera que un día fue árbol robusto, lleno de energía, en medio de un bosque frondoso en unas altas montañas, el trabajo amoroso que las construyó, la ilusión que la compró, los cansancios que ha aliviado, los dolores y las alegrías que habrá aguantado, quien sabe si en grandes salones o en pobres comedores de barriada… Todo, todo participa de la vida y tiene su importancia. Hasta la silla más vieja lleva en su interior la fuerza inicial de aquellas savias que ascendían de la tierra, allí en los bosques, y que aún servirán para calentar el día en que, astillada ya, arda en algún hogar.

¡Mirad, mirad a fondo! Y dejaos llevar plenamente por todo cuanto hace resonar dentro de nosotros lo que nos ofrece la mirada, como quien va a un concierto con el vestido nuevo y el corazón abierto con la ilusión de escuchar, de oír sencillamente con toda su pureza, sin querer a toda costa que los sones del piano a de la orquesta hayan de representar forzosamente un determinado paisaje, o el retrato de un general, o una escena de la historia. A menudo se quería reducir la pintura a esta mera representación.

Aprendemos a mirar como el que va a un concierto. En la música hay formas sonoras compuestas en un fragmento de tiempo. En la pintura formas visuales compuestas en un pedazo de espacio.

Se trata de un juego. Pero jugar no significa hacer las cosas ‘porque sí’. Y como todos los juegos de niños, los artistas tampoco hacen las cosas “porque sí”. Jugando… jugando, hacemos crecer nuestro espíritu, ampliamos el campo de nuestra visión, de nuestro conocimiento. Jugando… jugando, decimos y escuchamos cosas, despertamos al que se ha dormido, ayudamos a ver a quien no sabe o a quien le han tapado la vista.

Cuando miráis, no debéis pensar nunca lo que la pintura -o cualquier otra cosa de este mundo-  ‘Ha de ser’, o lo que muchos quieren que se limite a ser. La pintura puede serlo todo. Puede ser una claridad solar en medio de un soplo de viento. Puede ser una nube de tormenta. Puede ser la huella del pie de un hombre en el camino de la vida, o un pie que ha golpeado el suelo -¿Por qué no?- Para decir ¡basta! Puede ser un aire dulce de la alborada, lleno de esperanzas, o un aliento agrio que despide una cárcel. Puede ser las manchas de sangre de una herida, o el canto en pleno cielo azul, o amarillo, de todo un pueblo. Puede ser lo que somos, el hoy, el ahora y el siempre.

Yo os invito a jugar, a mirar atentamente… yo os invito a pensar.(1)

 

(1) Antoni Tapies, La práctica del arte, Ediciones Ariel, Barcelona, 1973, págs. 85 y ss.

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