25. Silencio

Blanco sobre blanco, [Archivo Regional Comunidad de Madrid, Biblioteca Joaquín Leguina, Mansilla+Tuñón, 2003]
Blanco sobre blanco, [Archivo Regional Comunidad de Madrid, Biblioteca Joaquín Leguina, Mansilla+Tuñón, 2003] © Antonio Juárez, 2013.

El silencio es el prerrequisito necesario para la palabra, para la música, para escuchar y para percibir, en definitiva, para ser consciente de uno mismo y del mundo, para tomar conciencia de la propia vida, de la propia identidad y de toda percepción; para valorar cualquier acción ajena y propia y poder expresarse uno mismo, para poder saber lo que nos dice -calladamente- cada cosa que existe. Sólo podemos escuchar a las cosas, en su superficie y en su profundidad, en el silencio interior, que siempre ha de empezar en un silencio exterior, en el que adquiere toda la fuerza cada palabra, cada gesto, cada valoración expresada o sentida interiormente.

En nuestro mundo hay demasiado ruido, y en oriente, se enseña en la escuela a los niños a escuchar el silencio. Tienen que escucharlo con atención y describirlo detalladamente. Esto me lo explicó un compañero Tailandés en Boston hace veinte años, pero estas últimas semanas me lo ha explicado Ruiqui Feng, estudiante de la ETSAM, mucho mejor. Hasta hace pocos años en China tenía casi todas las asignaturas de la escuela en silencio…, ¿Saben en Oriente más que en Occidente sobre el silencio? Lo dudo, pero no es cuestión de entrar en competencia. Eckhardt, Dante, Juan de la Cruz o Hopkins han dado forma a lo que escribieron gracias al silencio interior que llevaban dentro de sí…, Thoureau y John Cage hicieron algo parecido y todos son occidentales…, aunque se toquen en muchos puntos con lecturas del mundo que se han desarrollado desde Oriente. Mies van der Rohe, hablaba poco, escuchaba mucho, guardaba bastante silencio. Louis I. Kahn estuvo durante casi una década dando conferencias en las que la palabra “Silence” aparecía siempre en el título.

Se ha hablado de arquitectos silenciosos, o de arquitecturas silenciosas…, no es que las piedran hablen, aunque Alejandro de la Sota decía que había que saber escuchar a las piedras y Anselm Grün organiza talleres en los bosques de Münster para escuchar el silencio…, todos ellos, y muchos otros han hablado de mil formas del silencio.

En 2007 el compositor polaco Zbigniew Preisner publicó un álbum en el que en el título aparecía la palabra “Silence” que no es tan distinto de lo que podría parecer a primera vista la pieza 4’33”, pieza paradigmática en lo referente a tratar de llevar el arte a sus extremos. El arte, el verdadero arte, siempre está en los extremos, en los bordes, en los límites de lo posible, rozando lo imposible, haciendo posible lo que antes era imposible. Así son la Opera de Sydney y la capilla de San Ignacio, el Cabanon y el Partenón, la City Tower y la capilla todavía sin habitar de la Iglesia de Riberas del Loiola en San Sebastian, en la que tras un minuto de silencio, puede medirse el tiempo de reverberación del sonido seco de una palmada que llega a ser de 13 segundos.

Quizás en ninguno de ellos pensaba Romano Guardini cuando escribió la carta en la que explica lo que él llama “las sendas del interior”: soledad, silencio, descanso, espera… Distan años hasta 1952, cuando John Cage compuso 4’33”, para ser interpretado al piano por David Tudor…, pero se escuchan palabras que invitan a lo mismo, a escuchar atentamente el mundo, algo vasto, en donde tenemos “la impresión de que sus materiales son inagotables…” Pues las cosas son más que las cosas mismas, las palabras son más que las palabras, la realidad es más que la misma realidad, y nunca, paradójicamente, puede apresarse con palabras, pues siempre se escapa…, como el agua entre las manos, como a Frenhofer y a Lord Chandos:

“Callar es más que el simple no hablar. Es una plenitud en sí mismo. Un colmarse a sí mismo. Quien habla, da. Da lo que ha conocido, vivido… El vigor de su corazón se desborda en la palabra. Sabemos cuánto puede fatigar una conversación; cómo después de ella puede uno encontrarse totalmente vacío. Quien calla, recupera. La energía vital que fluye dentro se represa de nuevo. La penetración de hace más clara y las imágenes internas se vigorizan. Quien habla, se disipa. Se fatiga. Forma conceptos, se dirige a los demás, pretende convencerlos, ganarlos, superarlos. Lo interior se distiende en la realización de la palabra.

En cambio quien calla, permanece tranquilo, libre y desligado de toda intención… Al hablar no se oye ni se mira, sino que se está enredado en la propia lucha y formación de los conceptos. Por el contrario, los ojos del que calla están abiertos, su oído escucha y su corazón se ensancha. Puede otear, vislumbrar y percibir…

Todo esto lo hemos experimentado ya nosotros. Quizá un día caminábamos varios hablando por la campiña. Inconscientemente doblegábamos nuestra cabeza mirando al suelo, a fin de asir de este modo fuertemente las ideas. Mientras tanto, algo en torno nuestro cantaba, y gemía el viento, y en frente de nosotros se extendía el paisaje interminable. Los árboles se mantenían enhiestos y altos, y sobre ellos se extendía el cielo. Mas nosotros, no veíamos ni oíamos nada de esto. En cambio caminando solos, era cuando se abrían nuestros ojos y nuestro corazón. Entonces veíamos los colores y las formas, y sentíamos el espacio con su plenitud…

Sólo el silencio nos abre al son íntimo que resuena en todas las cosas –animales, árboles, montes y nubes. La naturaleza resulta muda para quien está continuamente hablando. Sólo el silencio percibe en las palabras de los demás la peculiaridad suya; eso que reluce entre las ideas vulgares; lo que se quiere decir; los cambiantes del tono, los cuales hacen que a menudo una palabra signifique algo muy distinto de lo que suena… Y sólo quien sabe callar percibe […] la voz delicada que nos dice cuál es el sentido de esta desgracia, de aquella hora feliz, de un encuentro, de una disposición insospechada. La callada voz que en todo eso avisa y amonesta… –quien habla continuamente no la percibe-.

Callar no quiere decir estar mudo; de ningún modo. El auténtico silencio es el vital correlativo del auténtico hablar. Están relacionados como la inspiración y expiración. ¿Acaso se puede dar una sin la otra?.

Al hablar hacemos comunidad; por la palabra recibimos y comunicamos. Sin lenguaje, el mundo interior nos oprimiría. La palabra oportuna libera. Pero debe ser auténtica y estar en vital relación con el silencio. Al hablar se advierte si éste procede de la calma o no. El que deriva del silencio es pleno y rotundo como el canto mañanero de un corazón regocijado. Es poderoso y fresco como las flores que crecen en la altura. Fíjate cuánto más puras crecen; cuán vigorosos son sus tallos, sus hojas y el color de sus flores; cuán profundamente enraizadas y robustas las plantas. Así son las palabras auténticas.

Hablar sin callar es pura charlatanería. Sólo en el silencio fluye la vida, se represa la fuerza, se esclarece el interior y adquieren su más pura forma pensamientos y emociones. Desde el silencio consigue su forma esencial verdadera el mundo de dentro. La palabra es la encarnación del espíritu; el alumbramiento de lo concebido en la intimidad del alma.” (1)

(1) GUARDINI, Romano, “Sobre el alma”, publicado en español en Ediciones Dinor, 1962.

A Margarita Ordeig Corsini, que me regaló buena parte de las obras completas completas de Romano Guardini de la biblioteca de su madre.

A Kenneth Frampton, que en 1996 me alertó sobre la importancia de una investigación seria sobre Mies van der Rohe y Romano Guardini.

A Laura Martínez de Guereñu que me recordó cuando empezaba a escribir sobre Mies van der Rohe y Romano Guardini que debía revisar mis libros de Guardini y acabar de acabar de escribir lo que había empezado a escribir hacía 15 años.

A Louis I. Kahn, a quien escuché hablar sobre el silencio.

A Rafael Moneo, por sus Riberas del Loiola, en una de cuyas capillas (todavía no habitada) se puede escuchar el silencio.

A Jesus Mari Zabaleta, que me enseñó, no solo a mí, sino a cuarenta estudiantes del laboratorio de tizas de la ETSAM, con mucha generosidad, paciencia e intensidad, las Riberas del Loiola, y le enseñó a Elena a mover botones y pedales para que se movieran las lamas de madera del maravilloso órgano construido por Rafael.

A Juan Navarro Baldeweg, que me hizo entender a Frenhofer y a Lord Chandos.

A John Cage, que no contento con 4’33”, hizo ocho versiones de la misma, para demostrar que allí estaba casi todo, misteriosamente contenido, en ‘silencio’ o sin él.

A Paco del Corral que guardó un minuto de silencio en clase en la ETSA de Granada cuando empezó el ciclo “ten keywords” en la ETSAM.

A mi padre que tras cinco meses exactos sin poder hablar tras un infarto cerebral, desde el pasado 4 de enero me habla todos los días… en silencio.

A mis amigos con quienes comparto, de vez en cuando, algunos minutos esenciales de silencio.