28. Malas hierbas

Malas hierbas
Malas hierbas © Antonio Juárez, 2015.

Una manera de despertar la conciencia ecológica consiste en imaginar los ‘sentimientos’ del medio natural al experimentar ciertas transformaciones operadas por el hombre. Así, sentir el dolor del árbol que va a ser convertido en madera para la construcción o el de la tierra de la que van a extraerse los bloques de piedra que necesitamos para una fachada ventilada son modos incipientes, pero inmediatos, de un tipo de arquitectura que encuentra su justo lugar entre la búsqueda de orden y la desintegración, aparentemente fatal, del mundo.

Es hoy preciso abrirse a una reconciliación con las fuerzas de medio, con energías casi salvajes, la entropía y sus huellas imposibles de borrar, el envejecimiento, la oxidación, la desintegración, las fisuras, la pátina y el polvo, que recubren o abarcan, con el tiempo, todas las cosas. Estos son los nuevos materiales de una arquitectura comprometida con la cultura de nuestro tiempo, sabiendo que lo que la geología denominó ‘historia natural’ es hoy el contexto más real de nuestro trabajo.

Y en este contexto, hasta lo inadvertido que surge sin pretenderlo, unas pequeñas plantas, que son, tan sólo, ‘malas hierbas’, son también un indicio más de que la arquitectura se mueve en el dominio de lo biológico, de lo atmosférico, de lo energético:

“La arquitectura soporta irremediablemente el tiempo y las condiciones exteriores para adoptar comportamientos similares a los de los objetos naturales. De esta manera, el viento, el calor y la humedad actúan disgregando poco a poco una construcción. La encarnación en el mundo físico y químico puede ser acogida como una de las modalidades de la arquitectura a partir del momento en el que ésta no es únicamente evaluada desde el punto de vista cultural sino según una implicación material. Admitir el movimiento, aceptar la erosión, es ser consciente de los ciclos naturales en los que se introducen las materias que componen la arquitectura, así como de su contribución al mundo físico.

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Puesto que las voluntades humanas no siempre llegan a tomar cuerpo, aparecen múltiples, y a veces, ínfimos accidentes que perturban la disposición del artificio. Fisuras, erosión, oxidación, dislocaciones, así como fenómenos químicos o físicos que dejan la posibilidad al ocurrir involuntario. Manifestación de vida vegetal, los granos llegados hasta aquí no se sabe cómo, comienzan a germinar; o bien, son pequeños animales que encuentran de repente un refugio. Considerar estos eventos de lo cotidiano como un enriquecimiento material de las estructuras humanas, aceptar que estas últimas se inscriban alrededor de sí mismas en una realidad concreta y temporal.  

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Establecer una genealogía de materiales de construcción permite volver a introducir lo artificial en una historia natural. Conocer el origen geográfico de los elementos que componen el cemento armado, el bosque de donde viene la madera o, incluso, el lugar de donde se ha sacado la tierra para hacer ladrillos, confiere a la arquitectura una implicación física en el mundo. Más que una simple toma de conciencia de los materiales, el interés reside sobre todo en la posibilidad de introducirlos de nuevo en los movimientos naturales. No temer, por lo tanto, a las modificaciones de las materias y las formas en el tiempo, sino, al contrario, acogerlas como se les acoge en los medios salvajes. 

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Los materiales de construcción tienen un origen natural. Con la manufactura, madera, tierra, piedras, minerales forman un lugar. Su extracción es, a veces, fuente de perturbaciones ecológicas. Personificar al árbol en su sufrimiento durante su transformación en contrachapado, imaginar el ardor de la tierra para convertirse en ladrillo, no son, ciertamente, sino maneras de tomar conciencia de los mecanismos de fabricación física de la arquitectura. Pero la mirada se reaviva, introduciendo el conjunto de la construcción en una historia menos abstracta, entre geología y pillaje, biología y desbroce, preservación y cultura.”

 

Publicado con el título Sous les pavés, l’herbe, en L’Architecture d’Aujourd’hui n°317, 1998. Traducción de Ignacio Miranda. Traducción revisada por Antonio Juárez.