16. Unidad y multiplicidad

Aparejo cerámico (Segovia)
Aparejo cerámico (Segovia) © Antonio Juárez, 2013

Repetición y variación son leyes que, en el arte y en la naturaleza, articulan el orden del mundo. La unidad y la multiplicidad, el todo y el fragmento, constituyen aspectos misteriosamente entrelazados. Cada mínima variación nos asegura sutiles vibraciones, una ondulación permanente del mundo, y reflejan el latido rítmico del cosmos… Quizás los arquitectos tendrían que atender más detenidamente a estos ritmos y patrones, a estas diferencias, a las que sólo con austeridad y disciplina podemos entrenarnos para percibir, ver y entender. La música comparte con la arquitectura este principio de voluntad especulativa, este aprovechar de la restricción para determinar unas leyes, que a la vez puedan ser flexibles. La geometría y los principios armónicos son herramientas de libertad y, a la vez, una medida de lo múltiple, como señala Igor Stravinski, que permiten desplegar en el trabajo creativo la confianza en la capacidad ordenadora del ser humano en el espacio y en el tiempo, en las construcciones musicales o espaciales…

En el epílogo a las lecciones de poética que Igor Stravinski pronunció en 1942 en la Universidad de Harvard se sintematiza todo un programa para proyectar y para componer. Epílogo que, por supuesto, no nos exime del compromiso con el conjunto de las seis lecciones a las que pone término:

“Hemos trabado conocimiento bajo el signo austero del orden y de la disciplina. Hemos afirmado el principio de voluntad especulativa que se halla en las raíces del arte creador. Hemos estudiado el fenómeno musical en su carácter de elemento de especulación extraído del sonido y del tiempo. Hemos pasado revista a los objetos formales del oficio musical. Hemos abordado el problema del estilo y paseado nuestras miradas sobre la biografía de la música. Con este objeto, hemos considerado a guisa de ejemplo, los destinos de la música rusa. Por fin, hemos examinado los diferentes problemas que aporta la ejecución de la música.

A lo largo de esas lecciones he insistido, en distintas ocasiones, sobre la cuestión esencial que preocupa al músico, como también a toda persona con alguna inquietud espiritual. Esta cuestión, según hemos visto, se reduce siempre y necesariamente a la búsqueda de la unidad a través de la multiplicidad.

Vuelvo a encontrarme así, para terminar, ante el problema eterno que es toda investigación en el orden de la ontología; problema al cual el hombre que busca su camino a través del reino de la disimilitud, sea artesano, físico, filósofo o teólogo, se ve inevitablemente conducido por razón de la estructura de su entendimiento.

Oscar Wilde dijo que cada autor hace siempre su propio retrato: lo que yo observo en los otros debe poderse observar igualmente en mí. Parece que la unidad que perseguimos se forja sin saberlo nosotros y se inscribe dentro de los límites que imponemos a nuestra obra. Por lo que a mí respecta, aunque mi propia tendencia me incita a buscar la sensación en la frescura, descargando lo recalentado, lo ya hecho, en una palabra, lo inauténtico, estoy no menos convencido de que variar sin cesar la búsqueda no conduce sino a una vana curiosidad. Por eso, me parece inútil y peligroso rebuscar de nuevo. Una curiosidad que todo lo abarca denuncia su inclinación hacia el reposo en la multiplicidad. Pero este deseo –este apetito– no halla realmente, su alimento en la dispersión. Acrecentándolo, no se puede conseguir sino una falsa hambre, una falsa sed; falsas, en efecto, porque nada hay capaz de calmarlas. ¡Cuánto más natural y saludable es tender hacia la realidad de un límite y no hacia el infinito de la división!

¿Dirán ustedes, por esto, que entono alabanzas a la monotonía?

El Areopagita pretende que, cuanto más alto están los ángeles en la jerarquía divina, menos palabras tienen a su disposición: de manera que quien está en lo más alto sólo puede articular una sílaba. ¿Es esto el ejemplo de una monotonía que debamos temer?

En verdad, no es posible la confusión entre la monotonía, que nace de la falta de variedad, y la unidad, que es una armonía de variedades, una medida de lo múltiple.

La música -dice el sabio chino Seu-ma-Tsen en sus memorias- es la que unifica’. Estos lazos de unión no se anudan nunca sin propósito y sin trabajo. La necesidad de crear debe vencer todos los obstáculos. Recuerdo la parábola evangélica de la mujer que a la hora de dar a luz ‘se siente triste porque su hora ha llegado; pero cuando su hijo ha nacido no se acuerda más de su dolor, en la alegría de saber que un hombre ha venido al mundo’. Esta alegría que sentimos cuando vemos nacer una cosa que ha adquirido cuerpo merced a nuestra gestión, ¿cómo no cederla ante la necesidad irresistible de que participen en ella nuestros semejantes?

Porque la unidad de la obra tiene su resonancia. Su eco, que rebasa nuestra alma, resuena en nuestro prójimo, uno tras otro. La obra cumplida se difunde, pues, para comunicarse, y retorna finalmente a su principio. El ciclo entonces, queda cerrado. Y es así como se nos aparece la música: como un elemento de comunión con el prójimo y con el Ser.” (1)

(1) STRAVINSKI, Igor, “Epílogo”, publicado en La poética musical, Ediciones Acantilado, 2006, págs. 65-67. Este libro recoge las seis conferencias impartidas por Igor Stravinski en la Cátedra de Poética Charles Eliot Norton de la Universidad de Harvard en el curso escolar de 1939-40.